Por: Rodrigo Martínez
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You unlock this door with the key of imagination. Beyond it is another dimension: adimension of sound, a dimension of sight, a dimension of mind. You’re moving into a land of both shadow and substance, of things and ideas. You’ve just crossed over into… the Twilight Zone.
The twilight zone, 1959.
Jack Delroy hizo un pacto con la televisión. Y la televisión acabó poseída.
Este es el punto fuerte de Late night with the devil: No es una película de posesiones, es una película poseída. En esta pieza de metraje encontrado Abraxas, o las culebras de Lilly, infestan el medio en sí: las cámaras, la estática, la señal, la emisión. Da lo mismo si pinchas 1 o 3, cada cámara lleva al diablo dentro. No hay manera de escapar, estás atrapado en Night Owls.
Esta sensación, encapsulada tal y como sería reproducir el VHS de este maldito programa, nos la da un inteligente uso del found footage. Este hermano cinematográfico del tropo literario del manuscrito encontrado les viene de perlas a los Cairnes, que hacen muy bien en descansar sobre él; si bien se encargan de sobre-explicarlo en una primera escena fallida, donde se nos pone en contexto como si de un documental realizado a posteriori se tratase. Desconfiando de la capacidad del espectador para situarse en contexto por él mismo, utilizan este recurso para no volverlo a recoger. Quizá esta desconfianza sea el peor punto flaco de la película, que si bien tiene un clímax notable en cuanto la posesión completa del programa se hace efectiva, acaba resultando en un final sencillo, fácil.
Sin embargo, esta insólita entrevista consigue establecer un diálogo pesadillesco extremadamente efectivo. Usando la cita que da pie a este texto, la película consigue hacerte entrar en ese valle inquietante televisivo del que fue padre The twilight zone.
Recuerdo con muchísima intensidad un episodio de la mítica serie de televisión americana que me dejó marcado: It’s a good life. En este episodio seguimos la vida de un aparentemente apacible vecindario en el que vive un aparentemente apacible niño de unos cinco años. Este chico resulta ser un verdadero monstruo que puede hacer realidad cualquiera de sus deseos: los deseos de un niño de cinco años. Recuerdo sentir ese pavor por lo incontrolable, por estar en manos de un ser completamente arbitrario. Ese mismo miedo infunde Lilly, la niña poseída de este especial de Halloween del late night Night owls.
Y la estética y forma de la cinta reman en esa dirección: consiguen esa identidad de programa prohibido. Los cambios de formato continuos, el uso de la regiduría televisiva y mi favorito personal: un uso del CGI acertadísimo para emular los efectos prácticos tan viscerales de todo el cine gore de la época, que tuvo sus inicios en los setenta y culminó con la magnífica The thing (1984). Todos estos elementos formales están al servicio de conseguir esa sensación. Y al servicio del diablo. And so it is done, reza la última cartela del programa.
Sin embargo hay uno de estos elementos que se ha llevado todos los comentarios sobre esta película en los meses anteriores a su llegada a nuestro país: las cortinillas y transiciones de publicidad del programa. Todas ellas hechas a través de una IA generativa de imágenes. La realidad es que se nota. Un ojo poco entrenado y algo despistado puede no darse cuenta, pero si bien su uso como herramienta al servicio del arte puede ser útil (recuerdo un episodio de La Mesías en el que su uso es impecable), en este caso solo nos avisa de un escenario que está por venir y que, si nos gusta este arte, debemos prever. Estas “herramientas” han venido para quedarse y no debemos dejar que su uso devalúe el valor del trabajo de otros seres humanos.
Con todo, la película, tal y como lo hizo el programa ficticio que nos encontramos en ella, se gana al espectador. Hay algo muy familiar en ella. Una sensación que todos hemos sentido. Un morbo por lo prohibido. Eres de nuevo niño. Te despiertas en medio de la noche y no puedes dormirte. Sales de tu cuarto a escondidas, la tele está encendida. Estás viendo lo que se suponía que no debías estar viendo, a horas en las que se suponía que no tenías que estar despierto